POR JAVIER VALLEJO
Hasta anteayer, los oficios del circo se transmitían de padres a hijos, y de estos a quien, rendido ante la enmarañada belleza de alguna contorsionista, la seguía en su aventura equinoccial. Cupido modeló vocaciones a flechazo limpio. Ahora, los artistas de tradición familiar compiten con jóvenes emergidos de escuelas profesionales.
El programa Crece, creado por la escuela Carampa con el apoyo del Circo Price, reúne anualmente a jóvenes recién egresados de centros de toda Europa y de América y los pone a montar un espectáculo con un director escénico. Tan excelente idea, ha tenido en las dos ediciones anteriores resultados irregulares, porque el proyecto artístico del coreógrafo que se contrató era más ambicioso de lo que podía materializarse en los escasos veinte días de ensayos que presupuesta el Price.
Este año, los responsables de Carampa han encargado el proyecto a Emilio Goyanes, director de la compañía granadina Lavi e Bel, especializada en recrear con ironía números del cabaret de antaño. La jugada no les ha podido salir mejor. En esos 20 días (repito: escasísimos para concertar a profesionales de medio mundo que se veían por vez primera), Goyanes, apoyado en la coreógrafa Michelle Man, ha creado equipo y ha cosido con aguja de plata las transiciones entre solos, dúos y tríos. Crece 20.12 sabe bien casi de principio a fin.
El primer acierto ha sido la selección de artistas: casi todos tienen algo singular, un acento vertiginoso o un matiz extravagante. Ellos mismos han creado en tan breve plazo la mayor parte de la música de la función, de modo que pasan de la pista a la orquesta y viceversa sin solución de continuidad. Pero vayamos por partes. Tras un comienzo algo manido en el que cada artista se auto presenta (Pina Bausch dejó estas secuelas), se desata un bien orquestado caos de saltos acrobáticos, para desembocar en un sensible dúo de equilibrios mano a mano interpretado por una pareja que aporta un carácter diferente a esta disciplina clásica: en vez de portor hercúleo, la portuguesa Ana Jordao, tan menudita, tiene como pareja a Samuel Moos, espigadísimo y frágil como un alambre, con el que intercambia por un momento su papel.
Originales, el dúo de Ian Vázquez López y Valia Beauvieux con una sola rueda Cyr, y el divertido número cómico musical de acrobacias sobre bastones. Los malabares deconstruidos del excéntrico Thibaut Lezervant, que cultiva su rareza como otros su huerto, son al circo lo que la nouvelle cuisine a la restauración. Estupendas, las variaciones del trío de aros chinos, la combinación de ligereza y fuerza de Niklas Blomberg en la cuerda y su amoroso dúo con la abracadabrante contorsionista pelirroja Anaëlle Molinario. Cada número desemboca en el siguiente de manera fluida y sencilla. El trío de Rada, Beauvieux y Hobitz en el doble mástil pone a Crece 20.12 un broche de 24 kilates. Con el talento de este año y más tiempo y apoyo, Crece podría ser un proyecto como para mantenerlo mes y medio en cartel.
Hasta anteayer, los oficios del circo se transmitían de padres a hijos, y de estos a quien, rendido ante la enmarañada belleza de alguna contorsionista, la seguía en su aventura equinoccial. Cupido modeló vocaciones a flechazo limpio. Ahora, los artistas de tradición familiar compiten con jóvenes emergidos de escuelas profesionales.
El programa Crece, creado por la escuela Carampa con el apoyo del Circo Price, reúne anualmente a jóvenes recién egresados de centros de toda Europa y de América y los pone a montar un espectáculo con un director escénico. Tan excelente idea, ha tenido en las dos ediciones anteriores resultados irregulares, porque el proyecto artístico del coreógrafo que se contrató era más ambicioso de lo que podía materializarse en los escasos veinte días de ensayos que presupuesta el Price.
Este año, los responsables de Carampa han encargado el proyecto a Emilio Goyanes, director de la compañía granadina Lavi e Bel, especializada en recrear con ironía números del cabaret de antaño. La jugada no les ha podido salir mejor. En esos 20 días (repito: escasísimos para concertar a profesionales de medio mundo que se veían por vez primera), Goyanes, apoyado en la coreógrafa Michelle Man, ha creado equipo y ha cosido con aguja de plata las transiciones entre solos, dúos y tríos. Crece 20.12 sabe bien casi de principio a fin.
El primer acierto ha sido la selección de artistas: casi todos tienen algo singular, un acento vertiginoso o un matiz extravagante. Ellos mismos han creado en tan breve plazo la mayor parte de la música de la función, de modo que pasan de la pista a la orquesta y viceversa sin solución de continuidad. Pero vayamos por partes. Tras un comienzo algo manido en el que cada artista se auto presenta (Pina Bausch dejó estas secuelas), se desata un bien orquestado caos de saltos acrobáticos, para desembocar en un sensible dúo de equilibrios mano a mano interpretado por una pareja que aporta un carácter diferente a esta disciplina clásica: en vez de portor hercúleo, la portuguesa Ana Jordao, tan menudita, tiene como pareja a Samuel Moos, espigadísimo y frágil como un alambre, con el que intercambia por un momento su papel.
Originales, el dúo de Ian Vázquez López y Valia Beauvieux con una sola rueda Cyr, y el divertido número cómico musical de acrobacias sobre bastones. Los malabares deconstruidos del excéntrico Thibaut Lezervant, que cultiva su rareza como otros su huerto, son al circo lo que la nouvelle cuisine a la restauración. Estupendas, las variaciones del trío de aros chinos, la combinación de ligereza y fuerza de Niklas Blomberg en la cuerda y su amoroso dúo con la abracadabrante contorsionista pelirroja Anaëlle Molinario. Cada número desemboca en el siguiente de manera fluida y sencilla. El trío de Rada, Beauvieux y Hobitz en el doble mástil pone a Crece 20.12 un broche de 24 kilates. Con el talento de este año y más tiempo y apoyo, Crece podría ser un proyecto como para mantenerlo mes y medio en cartel.
EL PAÍS - 25 DE SEPTIEMBRE DE 2012