1 de enero de 2020

Reflexión de Julio

Atravesar el océano Atlántico no solo fue una experiencia artística enriquecedora, si no que también fue una experiencia espiritual, sanadora, donde tuve el inmenso placer de compartir con artistas y personas maravillosas con corazones llenos de amor para dar.

Pertenecer al CRECE 2019 significó conocer nuevas culturas, nuevos territorios, nuevos métodos de enseñanza, creación, relación e interacción; el proceso creativo no pudo ser más enriquecedor, desde una mirada contemporánea, sabia, experta, Michelle Man llegó a España a botar candela, y nosotros a dejarnos consumir por las brasas, encontrando caminos creativos inimaginables y estructuras corporales y visuales que se podrían describir como oníricas.

Sin duda mi mejor experiencia hasta el día de hoy.




Comparto un pequeño poema que pude escribir aún con los ojos vidriosos al momento de llegar al Teatro Circo Price por primera vez:

Arribar a un  lugar desconocido, con las ilusiones de un niño encendidas, con las luces apuntando en todas las direcciones, con el corazón abierto y dispuesto a querer desde el primer instante, a compartir miradas y encontrar cómplices en cada una de ellas.

Arribar en un lugar, que tiene la capacidad de abrir el grifo del lagrimal y exprimirte el corazón.

Se me han dormido las manos, contener el llanto ha sido imposible; miro por la ventana y veo los sueños pasar sobre las cabezas de los peatones, miro el autobús y me doy cuenta cuan lejos estoy de casa.

Sensaciones dicotómicas.
La vida pasa enfrente de nosotros y es difícil dejarse maravillar, nos acostumbramos a los ocasos sin darnos cuenta que cada día traen un color distinto.

Prometo ser un niño, devolverme la capacidad de sorprenderme con la magia de la vida y apreciar cada detalle que mis ojos ven en el camino. 
CRECE es sin duda el mejor espacio para despegar.
¡Gracias!