17 de octubre de 2018

Reflexión de IRIS


He seguido el proyecto CRECE desde su inicio. Recuerdo esa sensación de magia y emoción taaaan grande del primer espectáculo dirigido por Rob Tanion. Recuerdo los ojos de mi hijo con menos de un año, abiertos como platos, al ver volar a alguien por primera vez, recuerdo a Michelle Man narrándome las experiencias de cada edición. Poder participar en 2014, 15 y 16 como ayudante de dirección y coreógrafa me pareció una suerte inmensa y un gran reto. Cuando Javi Jiménez me llamó este año para dirigirlo simplemente no me lo podía creer, y acto seguido me dio un ataque de responsabilidad que dura hasta hoy día. Porque CRECE para mí siempre fue algo maravilloso, especial, muy bien dirigido y hecho con sabiduría.

Así que pensé que al menos debería hacer un show digno. Siempre me interesó poner en escena a las personas, y decidí partir de los sueños de infancia. Me encontré pensando “que no muera, que no muera tan pronto” y me di cuenta de que era importante hablar de nuestros sueños en la lejanía, incluso de lo que no está en nuestra mano alcanzar. Vino una canción para acabar y otras tantas que podían crear buenos ambientes. Había que pensar una escenografía que nos recogiese en el Price y pedí consejo a Ana Amelivia, que acabó siendo mi ojo externo durante todo el proceso (nunca se lo agradeceré lo suficiente). Tuve la suerte de tener muchas solicitudes entre las que elegir, entre ellas un buen puñado de jóvenes con talento, personalidad, muy buen nivel técnico y un lenguaje corporal común y cercano a mis inquietudes. Y poco a poco, con decisiones pequeñas, se fue armando una estructura que había que poner a prueba


La creación en sí ha sido intensa, dura en ocasiones. Me entristece muchísimo aceptar que no supe llevar al grupo con el cariño, el tiempo y la dedicación que ellos esperaban y merecían (imprescindible un ayudante de dirección en un proyecto de esta envergadura y estos tiempos).El día del estreno pensé que no había cumplido mi objetivo de crear un espectáculo digno, y que no sabía si estaba llegando a “correcto”. La verdad, después de tanto tiempo dedicado, tanta lucha contra relojes y circunstancias, llega un momento en que sólo ves lo que faltó por hacer. Pero acabó la función y el público se puso en pie. Y mucha gente me felicitó por el trabajo de dirección, por la cohesión y el cuidado de los detalles.

Y aquí estoy, dando gracias a mis maestros pasados por enseñarme el oficio. A Luis Fuente y Zelma Bustillo por tantos años de danza clásica y fines de curso, líneas y formaciones en el espacio, musicalidad y ritmo; a Francesc Bravo por recuperarme el placer de la danza y enseñarme el peso (esas manos!); a Michelle Man, maestra con más que mayúsculas, por todo y más, tantas cosas innumerables que no cabrían en un libro entero; a Enrique Cabrera, que nos hacía repetir la misma secuencia en 10 tiempos musicales diferentes, cuánto me acordé de ti; a Teresa Nieto, sus historias tan íntimas y personales, los pequeños movimientos cotidianos, su humanidad, siempre rodeada de un equipo técnico espectacular; a Cristiane Boullosa, por enseñarme a bailar en el momento presente y todas las cosas buenas que ese aprendizaje trajo consigo; a Guillermo Weickert, empujándome a luchar por lo que quiero conseguir, te nombro poco para todo lo que te pienso; y otros tantos y tantas a los que tuve presente en esta empresa en la que sentí que me acompañaban todos mis años de estudio y experiencia profesional.